lunes, 6 de septiembre de 2010

CANTICO ESPIRITUAL


¿ Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido ?
Como el ciervo huiste
habiéndo me herido ;
salí tras ti clamando, y eras ido.

Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas, al otero
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero
decidle que adolezco, peno y muero.

Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

¡ Oh bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado !
¡ Oh prado de verduras
de flores esmaltado !
decid si por vosotros ha pasado.
! Ay !, ? quién podrá sanarme ,
Acaba de entregarte ya de vero ;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.

Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

Mas, ¿ como perseveras,
¡ oh vida !, no viviendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que del Amado en ti concibes ?

¿ Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste ?
Y, pues me le has robado,
¿ por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste ?

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura ;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

¡ Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados !
Apártalos, Amado,
que voy de vuelo.

Mi Amado : las montañas,


los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos,

la noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.

Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en purpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.

A zaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino
al toque de centella,
al adobado vino ;
emisiones de bálsamo divino.

En la interior bodega
de mi Amado bebí, y , cuando salía,
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía,
y el ganado perdí que antes seguía.
Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa ;
allí le prometí de ser su esposa.

Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio ;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.

Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido,
que, andando enamorada,
me hice perdidiza y fui ganada.

De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas
en tu amor florecidas,
y en un cabello mío entretejidas.

En sólo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.

Cuando tú me mirabas,
tu gracia en mí tus ojos imprimían ;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los mios adorar lo que en ti vían.

No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.

Cazadnos las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.
Detente, cierzo muerto ;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto
y corran sus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.


Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura ;
entremos más adentro en la espesura.

Y luego, a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, ¡ vida mia !,
aquello que me diste el otro día :

el aspirar del aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena

Que nadie lo miraba ;
Aminadab tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía.


SAN JUAN DE LA CRUZ

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