jueves, 10 de marzo de 2011

EL PRECIO DE LA FELICIDAD

“Las Mayores insatisfacciones humanas nacen de nuestras divisiones internas
y de nuestros deseos contrapuestos”.

Trato de estar todo lo que puedo con los jóvenes, de escucharles, de auscultar su corazón
y de sentir sus latidos. Percibo sus contradicciones, su desmesura, sus dolores y, al mismo tiempo, su generosidad y sus sueños. Y, de la mano de ellos trato de cuestionar ( y de cuestionarme) este mundo adulto en el que vivimos, refugiados en el aparente
“todo va bien”, obligados a decir siempre lo políticamente correcto,
aunque por dentro estemos rotos o vacíos.
Creo que las mayores insatisfacciones humanas nacen de nuestras divisiones internas,
de nuestros deseos contrapuestos, de esta contradicción permanente entre deseos instintivos y elaborados, algo que deja en evidencia nuestra fragilidad.
En un mundo que dice estar lleno de oportunidades - ¿Qué nos falta para ser felices?
Señalaría tres cosas:
1.      La unidad interior, garantía de serenidad y de paz habituales.
En medio de un mundo dividido y enfrentado se vuelve difícil cualquier comedimiento.

“No hacemos lo que queremos ya acabamos haciendo lo que aborrecemos.
Y, si algo necesitamos hoy, es adquirir un grado notable de unidad
y de vida interior.

2.      La fecundidad de la vida.
Muchas veces estamos tentados más a la exterioridad,
y pasamos a ser víctimas de  la imagen que manipulamos nosotros mismos.
 
La unidad del corazón y la vida interior son garantía de madurez.Cuando el interior está unificado nos volvemos fecundos, aunque no tengamos
grandes capitales, ni títulos, ni cualidades. Basta condensar todas las energías
en torno a un “Amor Mayor”.

3.      La alegría interior.
La alegría de corazón que se contrapone a la tristeza, pero no al sufrimiento.

La alegría hoy va unida a los fuegos de artificio, a las luces de neón,
a las estrellas fugaces…

Nos apasiona jugar a ser lo que no somos y nunca seremos.Y nos olvidamos de que la alegría consiste en sentirse bien en la propia piel, capaces de sembrar esperanza y ganas de vivir, a pesar de la adversidad y del dolor.

Todo esto me hace pensar que el precio de la felicidad es la libertad, la que ejercemos cada día en medio del esfuerzo (“agónico”, que diría  Don Miguel de Unamuno) por ser humanos.
Es algo que hay que recordar tanto a los jóvenes soñadores ávidos de gastar la herencia, cuanto a los adultos decepcionados, que quisieran que ya nadie les moleste.
Todos somos aprendices de libertad y siempre tendremos que preguntarnos si estamos dispuestos a luchar por ella.
Nuestra gran tentación es acomodar la conciencia y el corazón, domesticar los principios y los amores, huyendo de aquellos que nos inquieta y compromete.
¿Felices, entonces?
Imposible. …
A lo sumo tranquilos, mientras que el dolor no nos visite…

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