Los que se creen ser dueños del mundo usan al mundo
como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan,
a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y
las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al Mercado.
Pero, ¿A qué mundo vamos a mudarnos?...
Estamos obligados a creernos el cuento de que es esta la voluntad de Dios,
porque a la final esta vida según las creencias religiosas “no vale nada”, y después de haber destruido prácticamente todo lo que tiene vida, existe la promesa de que hay otra vida mejor después de muertos.
Estamos obligados a creernos el cuento de que es esta la voluntad de Dios,
porque a la final esta vida según las creencias religiosas “no vale nada”, y después de haber destruido prácticamente todo lo que tiene vida, existe la promesa de que hay otra vida mejor después de muertos.
La sociedad de consumo es una trampa cazadora de
bobos. Los que tienen una manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga
ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito
y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que
nos queda.
La injusticia social no es un error a corregir, ni
un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de
alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.
Los presidentes de los países del sur prometen el
ingreso al Primer Mundo, un acto de magia que nos convertirá a todos en
prósperos miembros del reino del despilfarro, deberían ser procesados por
estafa y por apología del crimen. Por estafa, porque prometen lo imposible. Sí
todos consumiéramos como consumen los exprimidores del mundo, nos quedaríamos
sin mundo. Y por apología del crimen: este modelo de vida que se nos ofrece
como gran orgasmo de la vida, estos delirios del consumo que dicen ser la
contraseña de la felicidad, nos están enfermando el cuerpo, nos están
envenenando el alma y nos están dejando sin casa: aquella casa que el mundo
quiso ser cuando todavía no era.
Tomado de: Escuela del mundo al revés de Eduardo
Galeano.
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