jueves, 29 de mayo de 2014

¿POR QUÉ LOS HOMBRES GAY AMAN EN SILENCIO?


Si hay una cualidad que marque al sexo gay es la de furtivo.


Obviamente, la sexualidad es muy diversa, incluso dentro del grupo de los hombres que tienen sexo con hombres. Sin embargo, en la escena del ambiente gay es posible encontrar, con mucha más frecuencia de lo que uno quisiera, la posibilidad del sexo casual y anónimo. Un cruce de miradas en un centro comercial, un vistazo al urinario de al lado y, zas, las hormonas se disparan en una carrera por el orgasmo. Lograda la descarga – o la huida cuando se es descubierto -, el instante fugaz desaparece tan rápido como apareció (al igual que el compañero o compañeros de turno).
Si esto está bien o mal es algo que dejo a un lado, para concentrarme en los efectos psicológicos de este hecho. Primero ¿por qué? ¿por qué la apreciación general es que el sexo gay es algo como lo que describo? La respuesta sintética es: porque la sociedad ha dispuesto todo para que no pueda ser de otro modo.

Desde pequeños, todos somos bombardeados con mensajes homofóbicos. Estos mensajes circulan en el imaginario social, reforzados y mantenidos por los medios de comunicación y transmitidos directamente por padres y cuidadores, primero, y por la escuela, después, a las nuevas generaciones. La mayoría de las sociedades, mediante la religión, han establecido este veto al sexo no procreativo y, en especial, al sexo entre varones. Heterosexismo machista que le llaman.
Toda vez que este veneno es inoculado en las mentes en formación (y pienso acá en los mensajes maternales del tipo “¡Que asco! ¡Tener un hijo varón para que me saliera maricón!” o en las tiernas amonestaciones paternas “¡si llego a saber que saliste maricón te mato!”), lo demás resulta por lógica. La mayoría de los adolescentes se descubren heterosexuales y, con alivio, tienden a engrosar las filas de los homofóbicos, repitiendo los mensajes que recibieron. Para una inmensa minoría, ese veneno comienza a sentirse, distorsionando la autoimagen, deteriorando la autoestima y el sentido del valor propio. Al menos estos son los patrones generalizados.

“Soy enfermo, pecador, inmoral” sería la frase que, anidada en el plano de la identidad de los gay, expande sus ondas negativas a las esferas de las habilidades y destrezas (“no sé cómo tener una relación sana”) y, por supuesto, a la de las conductas (“me voy a un sauna o me meto a un baño público cuando las ganas de sexo apremian”). Estos resultados anómalos sólo son posibles en el marco de una sociedad que tiene problemas para reconocer que los humanos somos hedonistas, es decir, que buscamos el placer y evitamos el dolor – como todos los seres vivos, por cierto; una sociedad que, como consecuencia, se olvida que la función inmediata del sexo es el placer – así lo ha dispuesto la naturaleza – y que el embarazo es un resultado útil a la procreación de la especie humana, pero no necesariamente en beneficio de esta sociedad globalizada, mucho menos para la ecología actual del planeta tierra.

Así las cosas, nos encontramos con jóvenes gay que han intentado “ser normales”; que han tratado de convencerse que la mariconada es solo temporal, que se han forzado a tener sexo con mujeres (incluso casarse y reproducirse), con los resultados que ya todos conocemos. Sin importar todo lo que el ignorante de Ratzinger diga o lo que algunas mujeres estúpidas y hombres desubicados digan y escriban, lo cierto es que el cuerpo tienes sus reglas. Si te gustan los del mismo sexo, te gustan . No hay para donde agarrar. Puedes pelearte con eso, puedes negarlo y seguirá allí, como ese monstruo que no has sabido domesticar y que, por cierto, no se domestica con terapias de conversión, so pena de que su ira se vuelva contra tuyo y te pase factura bajo la forma de una depresión severa.

Otros gay, por su lado, han intentado “normalizar” su supuesta anomalía y se han encontrado con la vigilancia extrema de la sociedad homofóbica. Es típico que los adolescentes y los adultos jóvenes, al sentirse atraídos por alguien, empiecen la tarea detectivesca de observar “qué mira” (si hombres o mujeres) en un intento por hacer el cortejo lo más seguro posible. La labor, como cualquiera puede imaginarse, es ardua, agotadora y no da garantías de que el cortejado no devuelva el gesto con un golpe o, peor aún con la exposición pública.

Con esto llegamos al meollo de la cuestión. Pareciera que todo en esta sociedad está dispuesto para que el amor entre hombres desaparezca y se reduzca a orgasmos asistidos que sólo pueden ocurrir fuera de la mirada social, en esos lugares donde la vigilancia de lo público falla. Por cierto, el acceso a Internet ha permitido sobrellevar un poco esta dinámica de exclusión aunque, vamos a estar claros, tener perfiles y ligar por internet en la comodidad del hogar es, usualmente, una versión light del ligue en la calle. Suelen ser encuentros igual de furtivos y, por supuesto, tienden a ser anónimos y casuales (y si luego te veo en la calle ni me acuerdo).
En definitiva, habría una suerte de jerarquía fantástica – fantasmagórica habría que decir- para las sociedades que sostienen el imperativo de procrear:
  • Sexo en el matrimonio, “como usted quiera pues no nos meteremos en eso. Imaginaremos que es sólo con fines reproductivos”
  • Sexo pre o extra-marital, “que no se note por favor (acá están los moteles a dónde, con discreción, pueden ir)”
  • Sexo entre hombres, “malditos enfermos, no se los permitiremos”
  • Sexo entre mujeres… “¿qué vaina es esa, si las mujeres no tienen deseo sexual?”
  • Lo demás (la expresión sexual de los trans, por ejemplo) está más allá de la comprensión; “grita fuerte y mata a esa cosa”

Condenados a las grietas, llega el momento en el que el sexo casual y anónimo se convierte en rutina para los gay. “Es a lo que nos han condenado, ¿no?”. Y allí, como si la canallada no fuese ya suficiente, aparece de nuevo la mirada ofendida de los homofóbicos: “¿Vieron? ¡están enfermos¡ No pueden tener una relación normal como nosotros?”. Y claro, de nada sirve el reclamo por reivindicar las uniones del mismo sexo. “No mancillarán nuestra sagrada institución”, pagando y dándose el vuelto, los muy masturbadores.
  • Acepta que te gustan los hombres: puedes decírtelo como quieras; que eres gay, homosexual, maricón, invertido, raza superior… Puedes incluso no decírtelo, en cuyo caso necesitas lograr estar tranquilo contigo mismo antes, durante y después de tener sexo (Ese vacío que sientes al terminar ocurre porque tu sexo carece de sentido, se agota en la descarga fisiológica). Incluso si te parece enfermo o que es una fase transitoria, se honesto, al menos contigo mismo. Como dijo Carl Rogers, psicólogo famoso, “sólo cuando me acepto como soy es que puedo empezar a transformarme”.
  • Libérate de la condena de sólo permitirte sexo casual y anónimo. No sé si dejarás de tenerlo, pues es fácil y algunos lo consideran excitante. Para bien o para mal, es ya una institución dentro del ambiente gay. En todo caso, estoy seguro que sí puedes tener más tipos de sexo.
  • Atreverse a amar: Por eso hay quien dice que la homofobia es el miedo de un hombre a amar a otro hombre. Si estás enrollado por tu sexualidad lo sabes muy bien: no todos saben amar (ese amor condicionado de tus padres o cuidadores, con el chantaje emocional para que seas heterosexual puede llamarse de muchos modos, pero no usando la palabra amor).

Sergio Vásquez

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