viernes, 17 de enero de 2014

EL DERECHO AL DELIRIO, UNA INVITACION A VOLAR


 
El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece;  pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.

El tiempo va  y el tiempo viene,  y no faltaran los profetas que siempre predicen cosas negativas para la humanidad, nunca hay profetas que tengan mentalidad positiva, todos son pesimistas, y a eso le aumentamos  a los voceros de la ira de Dios que siempre viven predicando el fin del mundo y el castigo general, especialmente a los que no se adhirieron a sus creencias.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, si tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar.

¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar?
¿Qué tal si deliramos, por un ratito?
Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:
El aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;
En las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;
la gente no será manejada por el auto móvil, ni será programada por la computadora,
ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor.
El televisor dejará de ser el miembro más importante de familia,
y será tratado como la plancha o el lavarropas;

La gente trabajara para vivir, en lugar de vivir para trabajar.

Se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;


En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;
Los economistas no llamaran nivel de vida al nivel de consumo, ni llamaran calidad de vida a la cantidad de cosas;
los cocineros no creerán que a las langostas les encante que las hiervan vivas;
los historiadores no creerán que a los países les encante ser invadidos;
los políticos no creerán que a los pobres les encante comer promesas.
La solemnidad se dejará de creer que es una virtud,
y nadie la tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo.
La muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes,
y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero.
Nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene.
El mundo no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza
y la industria militar no tendrá más remedio que declarase en quiebra;

La comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida
y la comunicación son derechos humanos;  nadie morirá de hambre,
porque nadie morirá de indigestión.
Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura porque no habrá niños en la calle;
los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos.
La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;
la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;
la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas,
volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;

Las Iglesias corregirán las erratas de las tablas de Moisés,
y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;   también dictarán otro mandamiento, que se le había olvidado a su Dios:
Amarás a la naturaleza, de la que formas parte.
Serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma.
Los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de  tanto buscar.

Seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia
y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido,
sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo; la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido,
cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

Eduardo Galeano
Escuela del mundo al revés

NOS ESTAN ENVENENANDO LA MENTE Y EL ALMA


Los que se creen ser dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al Mercado.
 
Pero, ¿A qué mundo vamos a mudarnos?...
Estamos obligados a creernos el cuento de que es esta la voluntad de Dios,
porque a la final esta vida según las creencias  religiosas “no vale nada”, y después de haber destruido prácticamente todo lo que tiene vida,  existe la promesa de que hay otra vida mejor después de muertos.
La sociedad de consumo es una trampa cazadora de bobos. Los que tienen una manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda.
La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.
Los presidentes de los países del sur prometen el ingreso al Primer Mundo, un acto de magia que nos convertirá a todos en prósperos miembros del reino del despilfarro, deberían ser procesados por estafa y por apología del crimen. Por estafa, porque prometen lo imposible. Sí todos consumiéramos como consumen los exprimidores del mundo, nos quedaríamos sin mundo. Y por apología del crimen: este modelo de vida que se nos ofrece como gran orgasmo de la vida, estos delirios del consumo que dicen ser la contraseña de la felicidad, nos están enfermando el cuerpo, nos están envenenando el alma y nos están dejando sin casa: aquella casa que el mundo quiso ser cuando todavía no era.

Tomado de: Escuela del mundo al revés de Eduardo Galeano.